Historias del Vinagre
Apuntes para un libro inédito
Viaje al Este en busca de mi Ítaca
Esta mañana el sol salio de repente
entre las tímidas nubes a que este diciembre nos tiene acostumbrado
y rompía un días más el intento por llagar el frío que anuncie
la llegada del inevitable invierno. Aunque en mi interior ya habita
hace varios meses esta última estación, no me había percatado que
nos aproximamos a ella. Hoy he notado por primeras vez el calor de
sus rayos sobre mi rostro, su caricia hizo que alzara mi cabizbaja
mirada buscando su llamada cegadora.
Al recobrar la visión escucho una voz
reconocible que me dice sarcásticamente.
-Le veo mejor cara que el último día
don Alfonso-
Cuando recobro la visión descubro la
inconfundible figura del Vinagre, que con su típica mueca burlona y
su mirada chulesca radiografía mi conciencia me dice:
- Ya le dije hace mucho tiempo que ese no era su camino y tampoco su tren.
Este hombre me tiene desconcertado
aparece cuando menos lo espero y siempre con alguna sorpresa.
-Qué sabes tú de caminos y de
trenes- le contesto malhumorado.
-No se enfade conmigo yo no
tengo la culpa. La culpa, la culpa solo es suya, suya nada más y
usted se empeño.- Me replica con la impertinente seguridad de quien
esta bien informado, de quien sabe lo que habla.
- Además todo el mundo tiene
derecho a equivocarse. -Le contesto evasivamente, intentando esquivar
su presencia.
-Debo irme, quiero seguir mi
paseo, adiós Vinagre-
-Espere un momento, tengo algo para
usted-
-Debe ir al Este, donde esta el
nacimiento, el alfa del Orto, allí está su Ítaca.- Me dice estas
extrañas palabras mirándome fijamente.
- No entiendo nada Vinagre y me
esta usted poniendo nervioso, últimamente no tengo el ánimo para
acertijos del Código Da Vinci.-
- Estaba escrito don Alfonso,
que le sucedería -
-Usted no le pidió a sus marineros
que le ataran al mástil de su barco y no colocó en sus oídos
tapones de cera que le previnieran del hechizo de sus cánticos, se
atrevió a pasar la zona de peligro sin la debida precaución y una
sirena le arrastro a los oscuros abismos de las profundidades del
mar.
Debe iniciar el camino del Este,
tome este papel y lea:
Konstantínos Kaváfis.
ÍTACA.
Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo, lleno de peripecias, lleno de
experiencias. No has de temer ni a los lestrigones ni a los
cíclopes, ni la cólera del airado Poseidón. Nunca tales monstruos
hallarás en tu ruta si tu pensamiento es elevado, si una exquisita
emoción penetra en tu alma y en tu cuerpo. Los lestrigones y los
cíclopes y el feroz Poseidón no podrán encontrarte si tú no los
llevas ya dentro, en tu alma, si tu alma no los conjura ante ti.
Debes rogar que el viaje sea largo, que sean muchos los días de
verano; que te vean arribar con gozo, alegremente, a puertos que tú
antes ignorabas. Que puedas detenerte en los mercados de Fenicia, y
comprar unas bellas mercancías: madreperlas, coral, ébano, y
ámbar, y perfumes placenteros de mil clases. Acude a muchas
ciudades del Egipto para aprender, y aprender de quienes saben.
Conserva siempre en tu alma la idea de Ítaca: llegar allí, he aquí
tu destino. Mas no hagas con prisas tu camino; mejor será que dure
muchos años, y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla, rico de
cuanto habrás ganado en el camino. No has de esperar que Ítaca te
enriquezca: Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje. Sin ella,
jamás habrías partido; mas no tiene otra cosa que ofrecerte. Y si
la encuentras pobre, Ítaca no te ha engañado. Y siendo ya tan
viejo, con tanta experiencia, sin duda sabrás ya qué significan
las Ítacas.