viernes, 1 de noviembre de 2013

Historias del Vinagre :Apuntes para un libro inédito "LA CONJURA DEL DRAGÓN O EL COMPLOT DE SEVILLA (I PARTE)"


Cada vez es más difícil aparcar en este barrio, llevo ya cinco vueltas con el coche y nada, no hay nadie que se mueva. Será la crisis, no hay dinero para combustible o para unas cañas, hoy es viernes y las diez de la noche. Me dirijo a un cajero de un banco al lado de donde he aparcado mi vehículo en doble fila, será por poco tiempo, espero que no me vea ningún guardia.
 Sorpresa, el Vinagre: -¿Qué hace usted aquí Vinagre?
 - ¿En un cajero, durmiendo?
 -No Don Alfonso, sabe que me gusta más la calle y aún más sí cabe, estos días de noviembre donde refresca la noche. Le estaba esperando.
 ¿Y cómo sabía que vendría? Le pregunto.
-Eso ahora no importa. -Tome esta caja y llévesela, es muy importante. - Tiene que sacar toda la verdad, en ella vienen documentos muy valiosos.
 ¿Quién le ha dado a usted esto? Interrogo.
-El propietario , tiene más de 90 años y me lo ha dado para que usted haga la luz. Contesta con su peculiar voz, mezcla de ronca y chulesca.
 -¿Y de qué tratan estos documentos?- -Eso debe de averiguarlo usted- me inquiete mirándome fijamente
- No perdamos tiempo, le ayudo con la caja hasta el coche- me dice mientras se lleva la caja sobre su hombro.
 Me pregunto mientras esto ocurre como sabe que tengo allí aparcado el coche. Este hombre me desconcierta, pero siempre anda enredándome entre favores e invitaciones a cañas, que le gusta un sablazo. -¿Don Alfonso me deja usted pagadas un par de cañas en el bar del Manuel? –Me dice como es habitual en él-.
 -Respondo claro, como siempre. Espero que sea interesante esto, Vinagre. Pero cuando me doy la vuelta, al meter la caja en el maletero del coche , ya ha desaparecido.
 Empieza a llover, son las primeras aguas del otoño, bienvenidas como todas, pero estas más, ya que ha sido un largo y caluroso verano. Me apresuro hacía mi viejo estudio, para abrir lo que puede ser un auténtico tesoro en documentos.
En la caja envuelto con una cinta se encuentra   papeles en una carpeta con recortes de periódicos y una libreta manuscrita y todo con una etiqueta, realizada con una hoja de papel ya amarillo, donde pone LA CONJURA DEL DRAGÓN O EL COMPLOT DE SEVILLA. Son las 11.20 de la noche y la curiosidad por conocer el origen de los papeles es superior a mis ganas de verlos.
Un impulso hace que vaya al Bar de Manuel para encontrarme con el Vinagre, él no podía dejar pasar unas cañas gratis.
 Me encuentro en la puerta al hijo barriendo y le saludo. -Buenas noche Manolo,¿ estás solo?
-Sí mi padre ya se ha ido- Me responde indiferente. -
Me pones una caña- le requiero casi suplicando. Y sin hablar, como sí de un rito se tratara, me la pone con parsimonia y sin mirarme, como sí yo no existiera.
¿Manolo ha estado aquí el Vinagre? Le pregunto.
 ¿Qué Vinagre? Me responde con malas ganas.
 -Todo el mundo conoce al Vinagre, yo he estado aquí con él.
 -Yo no conozco a ningún Vinagre ni al Aceite ni nada referido a su ensalada mental Don Alfonso.- Determina mientras me hace levantar el vaso del mostrador inoportunamente, para pasar la bayeta que ya pasó cinco veces por el mismo sitio. Se hace un largo silencio y le digo :
 -¿Qué te debo?
Responde con un sonido casi inteligible, sacando las palabras como sí las extraerán con un sacacorchos: -Cuatro con veinte-
 -¡4,20 , sí solo me he tomado una caña, no me digas que este garito tienen precios de puticlub¡.- Exclamo mal humorado.
Me responde con retranca- No Don Alfonso, los precios son los de siempre: Una Coca Cola Zero 1,50 Una copa de vino tinto 1,50 Y una caña de cerveza 1,20 Total 4,20.
¿Y quién se ha tomado la Coca Cola y el vino? Le digo .
-Un señor mayor y una muchacha- Responde como si nada.
 ¿Cómo que un señor mayor y una muchacha?
 -Sí lo traía en un carrito- Me dice con suficiencia, como sí algo se guardara.
 ¿Cómo , qué le dijo?
 -Sí, me dijo que usted le pagaría el vino y que le había hecho un encargo-
¿Y qué más? Le digo con mucha impaciencia, pero con igual de delicadeza.
-Nada, que le dije que se pusiera en la cola que usted tarda mucho en hacer las cosas-
 -Desde luego eres la alegría de la huerta- Le suelto cansado de su retahíla de pasota trasnochado.
 ¿Cómo era ese hombre? Le pregunto cuando ya me tiene arrinconado con la escoba.
 -Tengo que cerrar, mañana más. Además yo solo me fijo en las mujeres y ella estaba muy buena-
 Con estas palabras me deja de piedra, atónito, lo de este chaval no tiene arreglo. Mientras salgo le digo: ¡Búscate una novia, seguro que cambias! .
Me apresuro al estudio a mirar la caja, lo primero que abro después de quitar la cinta es una libreta que se inicia con el siguiente texto:
"Todo lo que aquí está escrito lo hago solo por el bien de la verdad y con el deseo que no se vuelva a repetir. Por desgracia, muchas cosas de las que están ocurriendo en estos momentos se parecen a lo que yo viví en eso días. Los españoles somos un pueblo y siempre hemos sido capaces de salir de los malos momentos y de éste, también saldremos. 
Mi nombre es José Pérez Ramos y soy natural de Palma del Río provincia de Córdoba, aunque vivo en Sevilla desde niño. Aquí voy a relatar lo que yo viví por aquellos años de la II República y sobre todo algunos sucesos muy graves que transcurrieron en Sevilla y de los que fui testigo directo o indirecto. También completan mis relatos la información que he ido recopilando a lo largo de mi vida, de los mencionados sucesos. 
Nací en enero de 1916, aunque viví poco tiempo en Palma del Río ya que mi padre se vino a trabajar a Sevilla para la Exposición del 29. En mi pueblo, mi padre tenía unas tierras de naranjas compartidas con su hermano, herencia de una tía suya que no tenía hijos .Una riada les dejo sin cosecha, lo que le llevo a venderle a su hermano su parte y venirse a Sevilla, como ya he dicho.
 Vivíamos en el Corral Montaño en la calle Pagés del Corro en Triana. Mi padre tenía alquilada dos habitaciones en la planta baja, junto a los lavaderos y el árbol grande del patio, en medio un enorme horno de cerámica presidía aquella populosa casa de vecinos donde ,yo de niño, me afanaba en cazar zapateros (libélulas) * y coger hojas de morera para mis gusanos. Aquí vivíamos, amén de mis padres, mi hermano Antonio que trabajaba en un tejar* y el que subscribe.
 Mi hermana Belén era la mayor y vivía en Los Rosales* (Tocina -Sevilla) con su marido que era ferroviario, en una casa al lado de la estación. Me encantaba ir a su casa, era la mejor excursión que se podía hacer y encima en tren, además mi hermana me trataba como una madre, era muy buena. Belén era fruto del primer matrimonio de mi padre que era viudo y casado en segundas nupcias con mi madre, 15 años más joven que él. 
 La casa de mi hermana me encantaba, era de una sola planta con paredes encaladas con el blanco de los años, sobre la que un amarillo canario daba su colorida pincelada de musicalidad y  un búcaro (botijo)* perenne en la ventana, cuya agua aliviaba la sed de los viajeros. El techo de viejas tejas, que sonaban en las largas noches con el viento otoñal y que llenaba de fantasías mis sueños, remataba en su altura aquel hogar que nos daba cobijo. Una gran parra hacía de pórtico al pequeño jardín de rosas que daba entrada a la vivienda. En la parte trasera tenía un corral con gallinas, conejos y palomas que cuidaba su perro, que no ladraba. Mi padre decía siempre que era como el marido de mi hermana, que tampoco hablaba.
 Lo cierto que el esposo de mi hermana era muy serio y tenía el carácter un poco agrio, no se le conocían amigos fuera de la empresa de ferrocarriles, MZA* es lo que ponía en su gorra azul con dos hojas de laurel en plata. Lo contrario de mi padre, tenía amigos por todas partes donde iba, siempre dispuestos a echarle una mano y a tomarse una copa de vino con él.
 Cuando terminó la Exposición del 29, mi padre se quedó parado en los albañiles. Pero encontró pronto trabajo, en un bar cerca de la plaza del Salvador. Allí conoció a mucha gente importante de Sevilla, él escuchaba a escritores, empresarios, artistas y políticos que hablaban de cosas que desconocía, pero que le parecía muy importantes .Por eso quiso que yo estudiase y me metió en el Colegio San Fernando de los PP Marista que había en la calle Jesús del Cran Poder, calle que cuando llegó la República le pusieron calle Palma. Yo bromeaba con mis amigos y les decía que era por mí, porque era de Palma del Río. 
Después estudié bachillerato en el Instituto Provincial San Isidoro de Sevilla . Cuando cumplí los 14 años mis padres estaban preocupados por mi porvenir y por otro lado hacía falta el dinero en casa. Por lo que habló por mí a un conocido cliente llamado Manuel Rodríguez que trabaja en los juzgado, conocido por Manolito del  juzgado . Por aquel entonces los juzgados estaban en la plaza del Salvador, cerca de donde trabajaba mi padre. Yo en aquella época, cuando salía de clase me pasaba todo el día en el río o en Tablada, me encantaba ver los aviones ir y venir. Mi padre estaba obsesionado con quitarme de la calle y que progresara en la vida. Manolito le dijo a mi padre que había una plaza de Mozo de Juzgado vacante, pero que tenía que tener estudios y mecanografía. 
Mi padre me apuntó a una academia que había en los pisos altos de la calle Orfila. Al poco tiempo ya sabía defenderme con la máquina de escribir. Para pagar las clases mi madre estuvo haciendo jabón en un baño de zinc en el patio del corral, faena que le ocupaba gran parte del día. Primero iba por los bares y por las vecinas recogiendo todo el aceite que tiraban y luego con la sosa cáustica hacía el jabón. Una vez cuajado, lo cortaba y lo vendía a todo el que quería, mi hermano y yo lo llevábamos a las droguerías. El olor del aceite de cocina, se nos quedó a toda la familia impregnado durante mucho tiempo y nos olían desde lejos hasta los gorriones. La de la tienda que había en nuestra calle, no me dejaba entrar, tenía que comprar las cosas desde la puerta. A mi familia, desde aquello,  en el corral nos llamaban los del jabón.
 Una mañana temprano nos presentamos en el juzgado para hacer las pruebas oportunas. Mi padre me presento a Don Manuel Rodríguez, que era más joven que mi padre. Me dio la mano mientras escribía en la impresionante máquina negra con letras doradas y fumaba a la vez. En las dependencias habían más personal, pero él estaba en el frente, detrás estanterías con cientos de legajos y su mesa con incontables marcas de quemaduras por los cigarros que no apagó y enmarañada de  papeles. Me dijo: Enséñame los documentos académicos oficiales, siéntate allí y escribe lo que yo te diga. Mientras leía los papeles que yo le di, me dictaba, dándome la conformidad a los documentos. En un momento dado dijo ya, tráeme lo escrito y dictaminó; bien. Escribió en su máquina , firmó y sello, se levanto y se dirigió al despacho del Sr. Juez, para salir al rato.
- El lunes el niño aquí ( ya me quedé para siempre con el sobre nombre del “Niño”). Se dirigió a mi padre muy serio y le señalo: 
- No me traigas más al niño con pantalones cortos-  le asevero a mi padre, mirándome de arriba abajo.
- Aquí trabajamos hombres y tu hijo desde hoy ya lo es, hasta el lunes- dijo.
 Aquella misma tarde mi madre quería y a buscar al ditero*, para que le diera un vale y comprar los pantalones. A mi padre no le gustaban los diteros y nos llevó a los Almacenes de Pedro Roldán, que estaba al lado del bar, donde conocía a mucha gente y me sacó dos pares azul marino y dos camisas blancas.





 Mi padre trabajaba en el Bar Europa en la plaza del Pan, donde llevaba las mesas, tenía un mueble entrando a la izquierda donde guardabas las fichas de colores con las que pagaba en barra las consumiciones de las mesas. Yo no entendía eso, pero me parecía algo muy curioso, unido al lugar tan especial y lleno de encanto que era ese bar, hacia que me sintiera en un lugar especial. Yo nuca podré olvidar esas antiguas mesas con las tapas de mármol y mi padre repeinado e impoluto con su chaqueta blanca donde lucía sus botones dorados y su bandeja reluciente como una patena, sirviéndolas. Los sábados cuando acababa en el trabajo, él me esperaba en el bar y cuando terminaba nos íbamos los dos para Triana. 
Siempre me contaba historias de sus clientes, me decía – Mira niño, el que se sienta en la última mesa y esta siempre leyendo el periódico es Don José Rico Cejudo, profesor y pintor autor de las escenas que tenemos arriba en la pared al lado del techo. Sí te fijas hay paisajes de Venecia, él fue becado en la Escuela Española de Roma y vio Venecia nevada, algo difícil de ver, pero ahí está - y me señalaba una cornisa. 
–El que se pone siempre en la ventana es Martínez de León, un gran dibujante del periódico ABC, aquí hace muchos de sus dibujos-. 
-Ese hombre con el traje blanco que está tan animado con su charla, es nada más y nada menos que Galerín, el gran periodista del Liberal. Todos son amigos míos-.
 Así me hablaba de uno y otros personajes importantes de la ciudad en la que se consideraba parte de ella, es una de las cosas más sorprendente que tiene Sevilla, su capacidad de integración.
Cuando yo empecé a trabajar y a él le iba bien en el bar con las propinas, decidió cambiar de casa y nos fuimos a un bajo completo en una casa cerca del Corral Sánchez, frente al cuartel de la Guardia Civil. Ese fue el momento en que mi padre decide iniciar una aventura empresarial y se mete en el tema del marisco. Tenía un amigo en el barranco (mercado de entradores) que por aquel entonces estaba a la entrada del puente de Triana, que le facilitaba el marisco a buen precio.  Mi madre y él ,lo cocían en el patio de la casa y luego se lo daban a unos hombres y a mi hermano, para más tarde  venderlos en canastos por las calles. 
A parte del marisco (fundamentalmente, cangrejos de río, camarones, gambas arroceras y mojama) mi padre era propietario de los canastos y de las chaquetillas, que por aquel entonces eran de talla única. Todos estaban canijos y eran bajitos, no como pasa hoy.
Posteriormente, puso un quiosco con marisco ya más fino y bebidas por el Cristina, dejándoselo definitivamente a mi hermano que estaba casado. Dedicándose ya para siempre Antonio al negocio de la hostelería en Sevilla.
 Las ganas de dejar situados a sus hijos no cesaba por parte de mi padre, por ese motivo habló con un jefe del Hotel Madrid que era cliente del bar, para que entrara de botones. El hotel estaba en la plaza del Pacífico hoy llamada de la Magdalena y fue un antiguo palacio, sí no recuerdo mal de los conde de Gelves , era una obra arte . Fue más antiguo que el hotel Inglaterra y a él llegaban la gente más importante y pudiente de aquel entonces, que visitaban nuestra ciudad. Fue en aquel momento cuando se abrió para mí un mundo nuevo, al principio solo iba los fines de semanas y festivos. Mi padre me dijo: Hijo ahora sí que aprenderás muchas cosas de la vida y no lo que vas a ver en los juzgados.”
Hasta aquí llego con mi lectura de momento, son más de las 2 de la madrugada y el sueño me alcanza. Aunque me tiene entusiasmado su relato, tengo que dejarlo, mañana seguiré. Prometo seguir con el relato y desvelar los documentos que hay en la caja en los próximo días. Adiós

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